El olmo del Cáucaso
Taniguchi y Utsumi
Ponent Mon. Rasquera, 2004.

Viñetas
Ya que hablamos de creadores japoneses, avisar de la conclusión de Monster, cuyo último número ha decepcionado a más de uno. Y es que era casi imposible que su creador, Naoki Urasawa, pudiese ofrecernos un final a la altura de su extraordinario y extenso trabajo. Si esa resolución ha sabido a poco es sobre todo porque, a lo largo de las 36 entregas que componían la obra, el japonés nos había regalado algunos de los momentos más vibrantes y entretenidos de los últimos años. Una serie para recordar y releer. Si aún no la han adquirido, corran a por ella porque es imprescindible. En la pasada edición de los Haxtur, ganó el correspondiente a la Mejor Historieta Larga, en dura competencia con otra obra japonesa, Lobo solitario y su cachorro, que también recibió su parte.

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La emoción y el deber

Empezamos a conocer bien a Taniguchi. Su trabajo seguro y pausado, capaz de extraer un relato de donde apenas pasa nada, como en El caminante, se ha ido desarrollando en un conjunto de entregas tan sorprendentes como admirables. Desde El almanaque de mi padre, que fue Premio Haxtur a la Mejor Historieta larga en 2002, hasta Barrio Lejano, galardonada en Barcelona y Angulema al año siguiente, su talento como creador ha crecido ante nuestros ojos, convirtiéndose en una referencia inevitable y en un autor maduro que raramente nos decepciona.

Ahora nos llega este conjunto de historias cortas, con guión de Utsumi, que encajan perfectamente con su ritmo sosegado y sus intereses habituales. Y la sensación es deslumbrante. Poco podría añadir sobre la maestría de Taniguchi. Su dibujo correcto, limpio, los gestos tiernos y humanos de sus personajes, su cuidado por la ambientación, su narrativa diáfana... El sólido conjunto de virtudes que nos subyugó en anteriores trabajos se mantiene, reforzado por los emocionantes cuentos imaginados por su colaborador.

Y es que de emoción hablamos. Repasando las historias, vemos que todas presentan un denominador común: faltas y afectos. Alguien comete o va a cometer un error, pero los lazos de amor le indican cuándo se equivoca. Como el jubilado que está a punto de tirar el árbol que nombra el volumen. O el abuelo que no comprende porqué su nieta no quiere subirse a las atracciones de una feria. O el padre que abandona a su familia para seguir una carrera artística. Y así uno tras otro. En el mundo de Taniguchi y Utsumi la gente puede equivocarse, ser celosa, caprichosa o egoísta. Pero finalmente aquellos que siguen los dictados de su corazón encuentran un camino de redención, expían sus culpas.

Resulta muy complicado racionalizar una obra tan bella y emocionante, por no decir inapropiado. Historias dramáticas donde los protagonistas dan rienda suelta a las lágrimas o la ira, donde cabe la reconciliación y el perdón, pero donde también sentimos de forma muy clara el peso de la culpa, de la conducta inadecuada, donde los padres se atreven a reñir a sus hijos y compartimos la fuerza moral de su enfado. Un mundo seguro y afectuoso, en el que la responsabilidad surge del amor, de la voluntad de hacer lo correcto.

Una obra, en definitiva, que nos recuerda la dignidad que pueden contener los tebeos. Una maravilla.

Florentino Flórez

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