Conejo de viaje
Liniers
Reservoir Books. Barcelona, 2008.
177 páginas.

 

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Dibujos y viajes

El humorista argentino Liniers, de quien admiramos su serie Macanudos, acaba de sumarse al club de los artistas que publican sus cuadernos de viaje. Si recorrer el mundo acompañado de los lápices o las acuarelas es una costumbre tradicional entre pintores, cada vez resulta más habitual también entre dibujantes de historietas. No son pocos los creadores franceses que han visto publicados sus bocetos turísticos e incluso algunas editoriales subvencionan vacaciones para que sus dibujantes realicen los libros correspondientes. Digamos que desplazarse por el planeta con el cuaderno siempre a mano se ha convertido en una pequeña industria que abastece al mercado de una renovada, constante y exótica oferta.

Así que el trabajo de Liniers se inscribe en un contexto cada vez más normalizado y satisface unas expectativas relativamente regladas. Esperamos ilustraciones no muy trabajadas que se entrecruzan con esporádicas vistas o paisajes que demuestran que el autor puede dibujar mejor y con más detalle si lo desea, anécdotas curiosas sobre los inagotables laberintos de la interculturalidad y la consabida visión personal sobre geografías ajenas. Confiamos que no se comporten como turistas y que se mezclen con los verdaderos nativos y todos esos tópicos de la modernidad. En realidad, siempre he tenido la sensación de que la gente añora los tiempos coloniales y que la democratización de los viajes, que ha provocado el fenómeno del turismo de masas, se desprecia desde posiciones clasistas y difícilmente defendibles. Pero ese es otro asunto.

Los diarios de Liniers cumplen con algunos de los aspectos mencionados. Como producto, el libro es muy bonito, está bien editado y se han cuidado los detalles. El autor mantiene su humor característico, pero la sensación final es muy decepcionante. Básicamente porque sus aventuras son muy aburridas. Vale que pretenda ser realista y por lo tanto se limite a los hechos. Pero estos acaban siendo tan banales y repetitivos que rápidamente el sopor invade al lector mejor dispuesto. A la cuarta vez que sube a un avión o se toma un café, uno está deseando que realmente pase algo que saque al libro de su modorra y nos entretenga aunque sea un poquito. Por eso las pocas secuencias en las que hay un mínimo de “acción” son tan agradecidas, como cuando lo retienen en una isla en la Antártida. Pero son excepciones en el conjunto de una obra demasiado autocomplaciente. Una pena.

Mucho mejor era el Cuaderno de viaje de Craig Thompson, el creador de Blankets. Aunque mantenía su tendencia al lloriqueo, se preocupaba por la narración y su dibujo estaba más elaborado, aunque considero que eso no es tan importante en una obra de estas características. Pero es que su mirada demostraba ser más curiosa y abierta que la del argentino. Toda la parte dedicada a Marruecos es apasionante y destacaría sus esfuerzos por acceder a la realidad del país. Esfuerzos que chocan contra determinadas realidades, como es el trato dispensado a las mujeres. Thompson transmite de forma muy creíble su rechazo a una cultura que considera a las féminas como poco más que meros muebles. Aunque mi parte favorita es cuando describe los días que pasa con Trondheim, el dibujante francés. Se aloja en su casa, que califica de verdadero palacio, y se van a cenar a un restaurante muy chic, donde Craig se caricaturiza como un campesino del medio oeste, mientras Trondheim elige y degusta caldos exquisitos. Realmente tronchante. Si todavía no lo han leído, resulta bastante más recomendable que el libro de Liniers, aunque, por su propia naturaleza, estos trabajos siempre son irregulares.

Y si no han tenido suficiente con todo esto pueden completar sus conocimientos con el recopilatorio de Farid Abdelouahab, Cuadernos de viaje, que pasa revista al género en sus variantes geográficas, aventureras y artísticas. El volumen está lleno de agradables sorpresas y viejos conocidos. Entre estos últimos se encuentran, por supuesto, Gauguin o Peter Beard. Entre los primeros quiero destacar a Fernand Grébert, a quien supongo muy popular entre los antropólogos, pero cuyos rotundos dibujos yo desconocía. Muy recomendable.

Florentino Flórez

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