Tingram
Pere Joan a lápiz
Inrevés Edicions. Palma, 2001


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Riñones y viñetas

Aunque pintura y cómic son artes visuales y por tanto deberían interesarse y confluir con más frecuencia, lo cierto es que han seguido caminos bastante separados. Recientemente Mordillo nos comentaba que Pere Serra le había dicho que a Miró le gustaban sus ilustraciones. Esto había encantado al célebre humorista argentino. En algún caso ciertos escritores de prestigio han demostrado su admiración por determinados tebeos. Algunos pintores incluso han dibujado tebeos, como Feininger, cuyas deliciosas aportaciones al medio han sido recientemente recopiladas por Fantagrafics en una bonita y cuidada edición.

Pero son más bien excepciones. Otras artes narrativas, como la literatura y el cine, han construido obras excelentes alrededor de pintores y escultores. Como las maravillosas El Tormento y el éxtasis o El loco del pelo rojo, en el terreno cinematográfico. O la sorprendente Barbazul, del recientemente fallecido Vonegut, o El paraíso en la otra esquina. Aunque puestos a elegir una obra de Vargas Llosa dedicada a la pintura, me quedo antes con Los cuadernos de don Rigoberto, su lúdico acercamiento a Schiele.

Pero el comic no se había mostrado esencialmente interesado hacia su hermana mayor. Recientemente la cosa ha cambiado. Creo que se debe a una nueva generación de autores, muy conscientes de que el prestigio cultural del medio puede alcanzar a otras artes más respetadas. Así que se ha empezado a fabular con pintores conocidos, empleándolos como parte de la ficción, alterando sin complejos sus biografías. Paco Roca, recientemente galardonado con el Premio Nacional de la Historieta por su respetable Arrugas, ya lo hizo con Dalí en El juego lúgubre. Un tebeo irregular que contenía algunas ideas interesantes y una atmósfera adecuadamente morbosa.

Nick Bertozzi en El salón se embala más. Salen Picasso, Bracque, Gauguin, Matisse y unos cuantos modernos más. Los famosos son manejados como marionetas de un gran guignol en el que la invención del cubismo se mezcla con un disparate mágico y una variedad de absenta permite el salto a realidades alternativas. Por el camino se sugiere que Picasso copió parte de sus hallazgos de las tiras cómicas de la prensa, algo no muy alejado de la verdad. Lo mejor es el descaro con que el autor emplea a sus personajes, mezclando situaciones con un ritmo trepidante. Pero la tipografía es casi ilegible, al menos en la versión española, y las buenas intenciones se diluyen en una obra confusa y excesivamente alargada. Se queda en un curioso divertimento.

No recuerdo nada interesante en relación a Miró, pero creo que podríamos rastrear su influencia en el mundo visual de determinados autores. Para empezar, cabe recordar que sus opciones plásticas, más allá de su relación con la abstracción, remiten a un territorio bastante desolado, lo que podríamos llamar el campo de riñones. ¿Quién emplea esas características formas redondeadas pero no geométricas, más orgánicas que otra cosa? Se me ocurren dos nombres: Arp y Ashile Gorky. Diferencias y saltos de estilo aparte, los tres comparten ese gusto por formas muy poco imitadas, a mitad de camino entre la mirada del microscopio y la invención abstracta.

Ese mundo, al contrario que opciones más geométricas muy influyentes, ha encontrado poco eco en las viñetas. Curiosamente, hay un dibujante cercano que sí parece haber recogido el testigo de Miró, incluso en su predilección por cierta visión humorística del universo. Me refiero a Pere Joan y pienso no tanto en sus tebeos como en sus colecciones de dibujos. Pudimos verlos agrupados en su exposición en Sa Nostra y también en su recopilatorio Tingram. En una historieta autobiográfica, para el volumen colectivo Cada dibujante es una isla, habla de los años que se pasó realizando ilustraciones médicas. Así que quizás sea ese el origen de sus geografías interiores. Pero yo creo que le pasa como a Barceló, en quien admiramos los detalles que más lo aproximan a Miró, el gusto por lo amorfo que sin embargo podría ser.

Florentino Flórez

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