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Los Superchangos

Eduardo del Río García, más conocido como Rius, realizó su serie Los supermachos entre 1965 y 1967. Luego, aunque la revista continuó publicándose, él abandonó el proyecto por discrepancias con el editor. Creó otro serial parecido, con el nombre de Los agachados, que dibujó hasta 1979. En ambos casos consigue una mezcla peculiar de costumbrismo y pedagogía. En sus mejores momentos resulta deliciosamente cercano y universal y en los peores dogmático y reiterativo.

La acción de Los Supermachos transcurre en el pequeño pueblo mexicano de San Garabato. Allí viven sus protagonistas: Calzónzin, un indio con aficiones filosóficas, el boticario Don Lucas, la beata Doña Eme, el cacique Don Perpetuo y su ayudante Arsenio, un policía tan bruto como tonto, Don Fiacro, el tabernero español, Chon el borracho oficial, y tantos otros. Un pequeño universo en el que entre andanzas sainetescas el autor va explicando temas sociales, históricos y hasta científicos, con gran sencillez y no poco cachondeo.

En el episodio nº 73 Calzónzin y el boticario descubren el esqueleto de un mamut, cuya propiedad provocará algunas chanzas en el siguiente capítulo. Pero que en principio sirve para lanzarse a una pequeña disertación sobre el origen de la humanidad y el parentesco entre hombres y monos. En México, changos. De hecho, llega a dibujar a Darwin, a quien describe como “un sabio inglés con cara de chango”. Salta con rapidez de esa introducción a una segunda parte en que recuerda la oposición de la Iglesia a las ideas evolucionistas, llegando a citar a Teilhard de Chardin. Rius remata su exposición con una diatriba política según la cual los poderes públicos buscan en la actualidad que no pensemos. Algunas de sus afirmaciones sin duda les sonarán. No sólo la tele nos evita pensar, también las películas, la radio, la música pop, la publicidad... “¿Qué hay más enemigo de pensar que los bailes modernos?”. Rius deja para el final las expresiones de alegría de su héroe, al comprender que todos venimos de los mismos ancestros y que la ciencia no permite ya a nadie presumir de su árbol genealógico. Calzónzin concluye: “Es más bestia el hombre que los animales...”

El debate religioso que ha acompañado a las teorías de Darwin vuelve a aparecer en otro tebeo fabricado algo más al norte. Me refiero a Dios ama, el hombre mata, un episodio de la serie X-Men, creado por Claremont y Brent Anderson. Como es sabido, las alusiones a la evolución son constantes en las aventuras de los mutantes. Al contrario que otros superhéroes, creados en laboratorios o por accidentes nucleares, los chicos X tienen un cromosoma diferente que los convierte en homo superior. Esto ha sido empleado siempre por los guionistas como excusa para defender lo diferente. Pero además, en esta novela gráfica concreta, quienes desean eliminarlos son un grupo de fanáticos religiosos con conexiones en la alta política. Amparándose en una lectura sesgada de la Biblia, asesinan a esos seres que han evolucionado en una dirección que consideran equivocada. Emocionante el momento en que Rondador, un mutante de aspecto diabólico pero católico convencido, una paradoja que Claremont siempre manejó muy bien, se enfrenta a los malos en un debate religioso, inesperado en un tebeo de estas características.

Las series de mutantes, en general, siempre han intentado responder a esa primera pregunta que cualquiera que se ponga a pensar en la evolución se plantea: ¿hacia dónde nos estamos moviendo en la actualidad? Por supuesto, las respuestas son sugerentes y muy imaginativas, sin evitar un cierto regodeo freak. Si en los primeros episodios de la Patrulla X casi todos los mutantes tenían poderes molones y no sufrían mayores cambios en su apariencia, con el tiempo se acentuaron las presencias góticas y las distorsiones corporales extremas. Así que quizás el destino de la evolución esté ahora en manos de los empresarios del tatuaje y la modificación facial. Aunque sinceramente lo dudo.

Florentino Flórez

 

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