
A principios del año 2000 concluía
en España la publicación del Adolf de Osamu
Tezuka. Cinco volúmenes que componen una obra que perdurará
y que sitúa a su autor entre los más grandes, como Eisner,
Berardi, Giménez y pocos más. Un trabajo colosal
que, curiosamente, ha despertado poco interés. Estas líneas
difícilmente podrían abarcar el torrente de emociones
que esta compleja historia suscita. Confiemos en que, al menos, sirvan
para sugerir a todo aquel que aún no lo haya leído, que
estamos ante una de las propuestas más estimulantes de este primer
siglo de tebeos.
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ADOLF
Tezuka es algo así
como el paradigma del mangaka. Licenciado en Medicina, carrera que
no llegó a ejercer, autor de series de éxito como Black
Jack o Astro Boy y creador de diversas películas
de animación. En Japón existe un museo íntegramente
dedicado a su memoria. Un maestro reconocido de cuya existencia apenas
teníamos noticias por aquí.
Black Jack fue la primera toma de contacto con su trabajo
y, aunque la serie resulta curiosa y recomendable, todavía
se sitúa lejos de las complejidades y la perfección
de Adolf.
Este tebeo nos llega con casi veinte años de retraso, ya que
su primera edición es de 1983. Supongo que debemos felicitarnos
por disfrutar finalmente de su publicación en español
pero, por otro lado, no deja de ser sorprendente semejante retraso
ante una obra de tal envergadura. Claro que ahí al lado, en
Italia, tenemos a un Berardi del que hace mucho que
no sabemos nada, así que...
Adolf gira en torno a tres personajes, tres Adolfs: Kamil, Kaufmann
y Hitler. A ellos hay que sumar un cuarto protagonista, el japonés
Toge, cuyas palabras y recuerdos abren y clausuran el relato. Todos
tienen mucho de arquetipos. Adolf Kaufmann, de padre alemán
y madre japonesa, nos conduce por los oscuros caminos que llevan a
un niño inocente, amigo de un judío, a convertirse en
un abyecto miembro de las juventudes hitlerianas y a matar al padre
de su compañero de juegos. Adolf Kamil, judío residente
en Japón, lucha por integrarse en el país donde vive,
pero su trágico destino hará de él un fanático
más; pasará de víctima a verdugo en el durísimo
epílogo con que Tezuka culmina su obra. En
cuanto a Hitler, su retrato es escalofriante ya que no se nos ofrece
una mera caricatura. Su personalidad, al humanizarse, resulta aún
más dramática. Toge es quizás el “bueno”
de la historia, se ve arrastrado por las circunstancias y es a la
vez motor del relato. Pero aunque sus muchas penalidades tienden a
mostrarlo favorablemente ante el espectador, no debemos olvidar que
viola a la ex-novia de su hermano en el primer tomo. Este pasaje,
así como las numerosas y brutales secuencias de torturas, son
características de la obra: dura, realista, sin apenas concesiones.
El autor entrelaza a sus diferentes personajes a partir de una excusa
argumental, un “macguffin”: unos papeles que prueban el
origen judío de Hitler. Todos intentan hacerse con ellos por
diferentes motivos. Pero el relato se mueve en muchas dimensiones.
Por un lado humanas: a las andanzas de los cuatro protagonistas se
suma una pléyade de secundarios, con una gran riqueza de matices.
Por otro geográficas: saltamos de Japón a Alemania con
naturalidad y Tezuka se esfuerza por dar una visión lo más
completa y realista posible de la vida cotidiana de las dos potencias
aliadas. También sociopolíticas: esa visión microsociológica
no oculta las explicaciones de caracter global, cuestiones ideológicas
y económicas que se esconden tras las guerras.
Por último, cabría mencionar el arriesgado baile de
géneros al que se entrega el autor. Puede afirmarse que domina
el melodrama, pero son muchas las teclas pulsadas, de la comedia al
drama político, pasando por el suspense o la acción.
Un relato vertiginoso que dificulta todo análisis porque, cuando
nos damos cuenta, ya estamos enganchados por la narración y
es casi imposible determinar cuales son los mecanismos empleados para
provocar tal fascinación....
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