A principios del año 2000 concluía en España la publicación del Adolf de Osamu Tezuka. Cinco volúmenes que componen una obra que perdurará y que sitúa a su autor entre los más grandes, como Eisner, Berardi, Giménez y pocos más. Un trabajo colosal que, curiosamente, ha despertado poco interés. Estas líneas difícilmente podrían abarcar el torrente de emociones que esta compleja historia suscita. Confiemos en que, al menos, sirvan para sugerir a todo aquel que aún no lo haya leído, que estamos ante una de las propuestas más estimulantes de este primer siglo de tebeos.

 

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El Wendigo nº 84


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ADOLF

Tezuka es algo así como el paradigma del mangaka. Licenciado en Medicina, carrera que no llegó a ejercer, autor de series de éxito como Black Jack o Astro Boy y creador de diversas películas de animación. En Japón existe un museo íntegramente dedicado a su memoria. Un maestro reconocido de cuya existencia apenas teníamos noticias por aquí.

Black Jack fue la primera toma de contacto con su trabajo y, aunque la serie resulta curiosa y recomendable, todavía se sitúa lejos de las complejidades y la perfección de Adolf.

Este tebeo nos llega con casi veinte años de retraso, ya que su primera edición es de 1983. Supongo que debemos felicitarnos por disfrutar finalmente de su publicación en español pero, por otro lado, no deja de ser sorprendente semejante retraso ante una obra de tal envergadura. Claro que ahí al lado, en Italia, tenemos a un Berardi del que hace mucho que no sabemos nada, así que...

Adolf gira en torno a tres personajes, tres Adolfs: Kamil, Kaufmann y Hitler. A ellos hay que sumar un cuarto protagonista, el japonés Toge, cuyas palabras y recuerdos abren y clausuran el relato. Todos tienen mucho de arquetipos. Adolf Kaufmann, de padre alemán y madre japonesa, nos conduce por los oscuros caminos que llevan a un niño inocente, amigo de un judío, a convertirse en un abyecto miembro de las juventudes hitlerianas y a matar al padre de su compañero de juegos. Adolf Kamil, judío residente en Japón, lucha por integrarse en el país donde vive, pero su trágico destino hará de él un fanático más; pasará de víctima a verdugo en el durísimo epílogo con que Tezuka culmina su obra. En cuanto a Hitler, su retrato es escalofriante ya que no se nos ofrece una mera caricatura. Su personalidad, al humanizarse, resulta aún más dramática. Toge es quizás el “bueno” de la historia, se ve arrastrado por las circunstancias y es a la vez motor del relato. Pero aunque sus muchas penalidades tienden a mostrarlo favorablemente ante el espectador, no debemos olvidar que viola a la ex-novia de su hermano en el primer tomo. Este pasaje, así como las numerosas y brutales secuencias de torturas, son características de la obra: dura, realista, sin apenas concesiones.

El autor entrelaza a sus diferentes personajes a partir de una excusa argumental, un “macguffin”: unos papeles que prueban el origen judío de Hitler. Todos intentan hacerse con ellos por diferentes motivos. Pero el relato se mueve en muchas dimensiones.

Por un lado humanas: a las andanzas de los cuatro protagonistas se suma una pléyade de secundarios, con una gran riqueza de matices. Por otro geográficas: saltamos de Japón a Alemania con naturalidad y Tezuka se esfuerza por dar una visión lo más completa y realista posible de la vida cotidiana de las dos potencias aliadas. También sociopolíticas: esa visión microsociológica no oculta las explicaciones de caracter global, cuestiones ideológicas y económicas que se esconden tras las guerras.

Por último, cabría mencionar el arriesgado baile de géneros al que se entrega el autor. Puede afirmarse que domina el melodrama, pero son muchas las teclas pulsadas, de la comedia al drama político, pasando por el suspense o la acción. Un relato vertiginoso que dificulta todo análisis porque, cuando nos damos cuenta, ya estamos enganchados por la narración y es casi imposible determinar cuales son los mecanismos empleados para provocar tal fascinación....