Hace años que apostamos por el trabajo del autor británico Bryan Talbot.
¿Qué vimos para apostar por él?. Amor por su trabajo, investigación y compromiso. Cualidades necesarias para hacer una buen trabajo pero no suficientes. Se necesita además sensibilidad, afán de comunicación y algo que comunicar. Sin estas cualidades resulta difícil crear una obra perdurable. Talbot con Historia de una rata mala lo ha logrado.
Suponemos que aquellos que se extrañaron con nuestra apuesta por Talbot, una vez leída esta obra ya no lo estarán tanto. Con ello se cumple, una vez más, el dicho de que “nunca están los que son, ni son los que están”. De ello se encargan los que controlan el mercado y toda esa marabunta de publicaciones cuyo único objetivo es congraciarse con ellos, actuando de voceadores de sus campañas e intereses.


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El Wendigo nº 80.
Contiene algunas interesantes reflexiones sobre el lenguaje del cómic.


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HISTORIA DE UNA RATA MALA

Más lacerante que un cínico
Cuando Bryan Talbot asistió al Salón Internacional del Cómic del Principado de Asturias (Gijón), contó cómo había preparado este relato: “Trata del abuso a los niños, así que me leí todos los informes psicológicos y policiales que encontré al respecto; también me entrevisté con chicas que habían padecido malos tratos en su infancia. Hablo de ratas y me convertí en una especie de experto en la materia. Beatrix Potter tenía mucha importancia en la historia, así que me tragué toda la documentación que pude conseguir sobre ella. Como quería conseguir un trabajo realista, contraté actores y los fotografié en diferentes poses que luego usé. También me fui al norte de Inglaterra a fotografiar y pasear por los paisajes que recorre la protagonista”. Un trabajo concienzudo que obtiene sus frutos. En la obra premiada en el 98 (Extraño amor) ya había mostrado sensibilidad y preocupación por problemas reales que lastran nuestra sociedad. Ahora, con Historia de una rata mala, ese compromiso por denunciar alguna de las lacras que más nos emponzoñan, le ha llevado a tratar de involucrarnos en una problemática cruel y vergonzante, la cual, nuestra hipócrita sociedad ha mantenido oculta durante milenios en la parte más oscura de sus entrañas: la violencia contra los menores.

Gracias a la valentía, el coraje y unión que el acceso a la cultura ha proporcionado a las mujeres, especialmente en la segunda mitad de este siglo que fenece, comienza a emerger de las catacumbas en las que de forma sistemática se había ocultado, la vil violencia que nuestra civilización (?) ha ejercido sobre ellas: en su hogar, en el de sus padres, las escuelas, la religión... Pero el día que la violencia a que han sido sometidos los más débiles, aquellos que no han tenido información, que no tienen voz ni voto, se ponga al descubierto; a los generosos y limpios de corazón, se les va a quedar de piedra. Me refiero a la violencia a los menores, a los niños.

Con premeditación y alevosía

Este es el tema que ha utilizado Talbot para conmovernos, y lo ha elegido con premeditación y alevosía. Para ello, a falta de uno, nos presenta dos tipos de violencia, que en el transcurrir de la historia se multiplican por otros hasta elevarse a la enésima potencia. Nos explicamos. En la historia citada, el eje central, alrededor del cual todo se precipita, es la violencia a un menor, a una niña. Violencia ejercida por sus propios padres. El padre la somete a vejaciones sexuales, mientras que la madre la violenta psicológicamente de continuo con desprecios y humillaciones: “¡Vete! ¡No te quiero! ¡Nunca te quise!” le repite insistentemente cuando acude a ella en busca de ayuda. Menor, niña y violentada por los seres que más amor, cariño y protección debían proporcionarle. Violencia en grado superlativo, cruel, vil y traumática. Por si esto de por sí fuera poco, es un tipo de violencia que dada la dependencia y los lazos afectivos resulta sumamente difícil de denunciar y más aún de demostrar, puesto que la propia sociedad suele mostrarse sorda, muda y ciega ante estas aberraciones. ¿No lo creen? Pregúntenle a Woody Allen, Michael Jackson o a los jueces que firman esas incomprensibles y absurdas sentencias. Si a esto se suma la denuncia de los prejuicios que se han ido acumulando a través de la Historia contra determinados animales: ratas, lobos y ahora perros, y la parte que pone al desnudo los integrismos religiosos y el reverso de la “buena sociedad” -encarnados en los personajes del violador que recoge autoestopistas y el parlamentario pederasta- obtenemos un tratado de denuncia social clara y diáfana, sin concesiones ni tapujos, descarnada pero también conmovedora, sensible, sin rencores ni revanchismos.