Hace algún tiempo celebrábamos las excelencias de los primeros números de la serie Predicador. En aquellos dos tomos, editados todavía por Zinco, encontrábamos indicios más que suficientes para apostar por un equipo creativo que, a falta de mejor expresión, se salía de lo normal. Las portadas de Glenn Fabry, los guiones de Garth Ennis y el grafismo de Steve Dillon se conjugaban para ofrecer unas historias como hacía tiempo que no leíamos en este medio. Llegados al ecuador de la saga tal como la tienen planificada sus autores, aparece un número especial de la misma que por derecho propio se convierte en uno de los mejores tebeos que hemos leído en lo que va de año. Cassidy: Sangre y Whiskey, como su mismo título indica, es un relato lleno de humores viscerales y alegría contagiosa.

 

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El Wendigo nº 80

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PREDICADOR: SANGRE Y WHISKEY

Olor a carne quemada
Predicador es una de las muy escasas series que tras más de treinta números mantiene el interés del lector prácticamente como el primer día, e incluso alcanzando niveles superiores en alguno de los relatos menores que van articulando su discurrir. Episodios como Todo queda en familia o Grita la sangre, grita Erin colocaron el listón muy alto para todos esos imitadores que aparecen siempre que determinado producto al margen de los convencionalismos alcanza el éxito. Para conseguirlo, sus creadores tomaron prestada una porción de todos los géneros para construir algo que se aparta de cualquier género y tocaron todos los tópicos para crear historias que no tienen nada de tópicas.

En Predicador hay algo de cómic de horror, algo de novela negra, algo de western, unas gotas ácidas de crítica social y un romanticismo desgarrador por su intensidad. Sus autores compaginan la dosis justa de cada uno de estos elementos para evitar encajonarse en ninguno de ellos. Por otro lado, las aventuras del reverendo Custer, el irlandés Cassidy y la “asesina a sueldo” Tulip están atravesadas por todos los tópicos que la cultura popular norteamericana ha creado en la segunda mitad del siglo XX: los sheriffs palurdos, los restaurantes y moteles de carretera, los asesinos en serie, las sectas religiosas, la decadencia sexual y la pornografía.

A ellos se añade lo que se ha convertido en un nuevo lugar común gracias al éxito de novelistas como Anne Rice o George R. R. Martin, Nueva Orleans como el domicilio más favorable para vampiros inequívocamente americanos. Entre muchas otras cosas, de esto trata Cassidy: Sangre y Whiskey.

Da la impresión de que Cassidy es uno de esos personajes que se revelan contra su creador y reclaman un lugar más importante del que se les había asignado inicialmente. Así lo demuestra el hecho de que, hasta el momento, disponga de dos trabajos en los que se convierte en protagonista absoluto de la historia. Hay dos vertientes en el personaje que definen su trayectoria especialmente: Cassidy es irlandés y vampiro.

De su faceta como irlandés ya se ocupó Garth Ennis en Grita la sangre, grita Erin (finalista al Premio Haxtur a la mejor historieta corta 1998). Cassidy adora y odia a su país de origen al igual que adora y odia a los Estados Unidos. Reconoce la justicia de una causa, la irlandesa, pero no está dispuesto a morir por ella porque tampoco cree que nadie tenga derecho a matar en nombre de un ideal abstracto. Cassidy ejerce de irlandés pero no de patriota irlandés, y no tiene reparos en ridiculizar a quienes, desde la seguridad de la lejanía, airean un compromiso únicamente de boquilla.

Como vampiro, Cassidy también es muy peculiar. Tiene vida eterna pero en lugar de entonar quejumbrosas lamentaciones sobre la existencia inacabable, está dispuesto a gozar de lo que el tiempo le ponga por delante. Bebe sangre, pero con moderación; al contrario de lo que le sucede con la cerveza o el whisky. No se convierte en murciélago y no duerme en ataúdes “porque es antinatural”. No le repugnan las iglesias ni le hacen daño el agua bendita o los crucifijos, a no ser que le golpeen con uno bien grande en la cabeza.

Si los galos de Asterix sólo tenían miedo a que el cielo se desplomase sobre ellos, Cassidy sólo teme que la salida del sol le pille en plena calle, algo contra lo que ni siquiera unas gafas Ray-ban (diga lo que diga la publicidad) sería protección suficiente. Cassidy, a pesar de ser un vampiro, parece una excelente persona.