Agujero negro
Charles Burns
Ediciones La Cúpula.
Barcelona, 1999-2005.

Viñetas
La apacible vida comiquera de las islas se anima. El domingo pasado se celebraba en Palma una nueva Fireta de tebeos de ocasión. Hubo cierto descenso en el número de asistentes, algo que debió sorprender a pocos, ya que estábamos a la mitad de un puente largo y el día era espléndido. Además, abundaron las ofertas de ocio en otros lugares de la isla. Pero no hay motivo de queja. Más de mil personas pasaron por el recinto de la Misericordia. No todas las actividades culturales pueden presumir de tales cifras.
Además, esta semana se inauguraba la muestra dedicada a la Escuela Bruguera en el centro cultural de Sa Nostra, en Palma. Suponiendo que se haya reproducido el mismo montaje que en Barcelona, la exposición peca de cierto exceso formal, primando los aspectos pedagógicos y contextuales sobre la pura exhibición de planchas originales, que se quedan como ahogadas entre tanto trasto. Con todo, cualquier ocasión es buena para acercarse al talento de unos creadores que consiguieron hacernos disfrutar a todos, trabajando en unas circunstancias absolutamente adversas. No se lo pierdan.

© 2003 El Wendigo. Todos los derechos reservados. El © de las viñetas pertenece a sus respectivos autores y/o editoriales.

Entrando en antimateria

Cinco años le ha llevado a Burns concluir su última obra. En lo gráfico, mantiene sus características, puliéndolas y mejorándolas. Sigue tan saturado, sugestivo y oscuro como siempre. Rellena los números con páginas que son como posters, cargadas de esa iconografía suya tan personal: mutantes, residuos, elementos vegetales y restos de basura, enlazados con su potente línea de contorno y sus cuidadísimos rallados y manchas negras. Burns es un maestro en su arte y esta nueva entrega sólo lo confirma nuevamente.

En lo temático, tampoco hay muchas sorpresas. Ya el primer número nos ofrece un avance de lo que podemos esperar, con esa serie de encadenados de la rana destripada en la clase de biología, una herida en la planta de un pie, una espalda abierta y un sexo femenino. Pollas y gusanos. Desde sus inicios el autor ha delineado un territorio en el que el sexo y la muerte se aproximan en los delirios y temores de los adolescentes. Y permanece fiel a ello.

La historia es casi una más de instituto: Keith, el protagonista, se enamora de una compañera, Chris. Pero ella está colada por Rob. Tras una serie de encuentros y desencuentros, Chris acaba escapándose con éste último, mientras que Keith se lía con Eliza, una chica a la que conoce en casa de unos colegas.
Todo un culebrón, en el que no faltan el enfrentamiento con los padres, los problemas en clase y los colocones. Y algunos detalles más, como que Rob tiene una segunda boca justo donde acaba su cuello y Eliza una cola que, como los lagartos, vuelve a crecerle cuando por cualquier razón se le parte la vieja.
El ingrediente anómalo, que explica todas estas desviaciones, es un bacilo que se extiende entre los adolescentes. Burns no pierde el tiempo con explicaciones. Tan sólo lo muestra como una enfermedad más, de rápido contagio. Evidentemente, todos los protagonistas lo pillan y acaban padeciendo extrañas transformaciones.

El paso de la infancia a la madurez siempre es presentado por Burns como un trance doloroso y traumático, en el que nada vuelve a ser como antes. Pero en este caso parece indicarnos que el amor ayuda a asimilar esos cambios. Por supuesto, permanece esa sensación del sexo como un peligro, algo sucio e indefinible en el que es fácil infectarse de algo que te modificará y, con un poco de mala suerte, te convertirá en un monstruo o en un enfermo. Pero la mirada del autor es compasiva con esos marginados, tipos que lo han pillado y deben vivir apartados de la sociedad. Y se muestra bastante más inflexible con los normales, los que señalan con el dedo a aquellos que se arriesgaron y ahora presentan señales que marcan su diferencia.

En general, yo hablaría de un tono marcadamente romántico, de amores imposibles o desesperados. Pero también de algunos matices más, de la sexualidad extraña y los ambientes morbosos que con tanta precisión describe, hasta cierta compasión y auténtica lástima hacia los que no son aceptados.

Como toda obra de Burns, es irregular y pasa de lo convincente a lo reiterativo, pero crea un mundo propio, en el que no es difícil encontrar ecos de espíritus afines, especialmente Lynch en sus mejores momentos y Cronemberg en los peores.
Si les apetece un paseo por el lado más oscuro, denle una oportunidad.
Florentino Flórez

Artículo Anterior


Índice
Artículo Siguiente