Las aventuras del gran visir Iznogud
Goscinny y Tabary
Planeta DeAgostini. Barcelona, 2005.

 

 

 

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El hombre que quería
ser Califa en lugar del califa

Vuelven a ponerse a la venta las aventuras de Iznogud, como parte de la estrategia de algunas editoriales que intentan recuperar los quioscos. Y es que cuando, a finales de los ochenta, las librerías especializadas se hicieron cargo de la venta de tebeos, pocos previeron que esto supondría su progresiva desaparición de circuitos de distribución más universales. Y que esas librerías poco a poco iban a convertirse en nido de frikis, clubes cuyo acceso parecía reservado exclusivamente a los habituales, lugares siniestros donde apenas se daba un aumento de clientes. Ahora hay que pelearse a codazos por el espacio en los quioscos y el terreno y los lectores perdidos son difíciles de recuperar. Pero eso es otra historia.

A los incombustibles Mortadelo, Asterix o Tintin se han sumado ahora Lucky Luke, personaje al que tengo mucho cariño y que cualquier día de estos reseñaré, y otra creación de Goscinny: Iznogud. Curiosamente, en la edición anterior de Grijalbo, la colección se titulaba Las aventuras del califa Harun el Pussah. Lo cierto es que, por muy simpático que nos parezca el sátrapa bonachón imaginado por Goscinny, el auténtico protagonista es el infame Iznogud, ese chacal que sólo tiene un deseo en la vida: deshacerse de su amo, para ser califa en lugar del califa. Ésta última es una de esas escasas y afortunadas expresiones que consiguen pasar del mundo de los tebeos al real, formando ya parte de nuestras frases hechas.

La serie, aunque adolece de los defectos habituales en toda colección de largo recorrido, contiene muchos elementos de interés. Empezando por el dibujo de Tabary, más sucio y expresivo de lo habitual en el humor infantil, pero que retrata muy bien toda la corte de desarrapados y menesterosos que pueblan las páginas de Iznogud. También es muy eficaz con las caracterizaciones de los personajes y el movimiento de las figuras. Quizás hacia el final se vuelve demasiado barroco aunque, en general, cuando es el dibujante el que pasa a hacerse cargo de los guiones la serie baja muchos enteros.

Pero las primeras historietas son geniales. No sólo por el planteamiento de partida, esas constantes confabulaciones para eliminar al califa, estrategias que salen repetidamente mal, también por el aire aventurero y de cuento oriental que tienen no pocas de las historias. A ello pueden añadir el fondo de ironía social que Goscinny introduce en sus relatos, aprovechando el cambio de escenario geográfico y temporal. Sobre todo resulta admirable cómo estira sus gags una y otra vez, haciendo que la repetición aumente el placer, dando vueltas alrededor del cómo va a conseguir que ocurra lo que ya sabemos que tiene que pasar. Obviamente, no siempre es tan redondo, pero la media de la serie es muy alta y cabe decir que ha envejecido muy bien. Una auténtica colección para niños, que bien pueden seguir leyendo los padres.
Florentino Flórez

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