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        Max. Conversación/sketchbookMax y Pere Joan.
 Sins Entido. Madrid, 2005
     | Dibujantes que hablan: Pere y Max
 En las últimas semanas han coincidido 
        en las librerías dos volúmenes que recogen conversaciones 
        entre dibujantes. Por un lado una larga entrevista que Frank Miller realiza 
        al difunto Will Eisner, tan divertida como apasionante. Y por otro el 
        bonito libro que agrupa bocetos de Max y que se abre con un diálogo 
        con su colega y amigo Pere Joan. Este volumen se presentó coincidiendo con 
        una exposición en la sala que la editorial Sins Entido ha abierto 
        en pleno centro de Madrid. Allí Max sumaba a su 
        propio trabajo una vitrina con una selección personal donde, bajo 
        el rótulo de Les Debo Mucho, señalaba algunas de 
        sus influencias, que también se citan en su conversación 
        con Pere Joan. Y es que el libro se completa con una 
        larga entrevista donde dialogan sobre lo divino y lo humano, sobre la 
        forma y los contenidos. 
 Se repasan aspectos como la importancia del humor en la vida y obra de 
        Max. Un humor interiorizado y socarrón. Más 
        implosivo que expansivo, siempre contenido y filosófico, pero apenas 
        irónico, esa debilidad de los que se pasan de listos. El humor 
        de Max es siempre un buen humor, contagioso y solemne al tiempo.
 
 El autor ha dedicado muchas horas a dibujar y sus reflexiones en torno 
        a esa actividad no son banales. Es justa su reivindicación de quienes 
        acompañan a Disney, como Warner o Hanna Barbera, y que nunca citamos. 
        Curioso también ese apunte final sobre la geometría y la 
        teología, una sugerencia muy medieval que creo casa bien con la 
        actitud humilde y autoconsciente que Max siempre ha demostrado hacia su 
        trabajo.
 
 También se tocan sus temas favoritos y su gusto por las mitologías, 
        en plural. Muy pertinente la pregunta respecto a su relación con 
        la música, que curiosamente marca algunos de los puntos de inflexión 
        en su carrera. Y, desde luego, no tiene desperdicio cómo relaciona 
        la narración con el dibujo.
 
 Pere Joan maneja en su introducción algunas ideas 
        sobre la obra de Max que comparto. Especialmente el énfasis en 
        su conexión con el concepto clásico de belleza, entendida 
        ésta como lo que agrada a una mayoría, o el carácter 
        civilizado de su trabajo. También suscribo su afirmación 
        de que no todo lo espontáneo es bueno y que puede haber mucha verdad 
        en lo muy elaborado. Pero... Discrepo en un punto.
 
 Su metáfora de Max entrando en la maraña 
        del bosque para extraer de ella tesoros geometrizados y que ordenan el 
        salvaje caos es sugerente. Pero no estoy de acuerdo con el concepto que 
        la anima. Es la vieja idea de la cultura como represión. En la 
        soledad, nos liberamos de nuestras represiones y los demonios salen a 
        la superficie, el vapor se libera. Por eso, si no más auténticos, 
        los primeros bocetos expresan esa otra verdad, habitualmente oculta por 
        el maquillaje cultural. Aunque el planteamiento no es tan tremendo como 
        lo presento, con todos los matices, me temo que el sentido último 
        sigue siendo ese. Disfrutamos con los bocetos, dice Pere, como momento 
        anterior a la palabra, porque son balbuceos irracionales. El placer consiste 
        en contemplarle las vergüenzas a Max.
 
 Definitivamente, no trago. Nadie paga por asistir a los primeros ensayos 
        de un intérprete, sino por escucharle tocar la pieza, lo mejor 
        que pueda. De igual forma, no encontramos esa cosa orgánica y primitiva 
        que Pere pretende ver en los bocetos. Si así fuera, no tendrían 
        más interés que los garabatos de un mono. Interés 
        antropológico o epidérmicamente psicológico, pero 
        en absoluto estético. Y, si quieren, otro día discutimos 
        posibles excepciones a esta afirmación, como Michaux.
 
 Automatismos aparte, lo que encontramos en el boceto es algo muy similar 
        al dibujo acabado, a otro nivel. Y si no, comparen cualquiera de los esbozos 
        del libro con sus correspondientes finales. Está claro que en los 
        bocetos entran en juego aspectos como la exploración y una cierta 
        ausencia de una mente consciente. Pero la sabiduría de la mano 
        se mantiene, el dibujo sigue su propio camino. Recuerden a Gombrich, 
        cuando sugería que toda representación es un acto social, 
        en el sentido de que el creador parte de convenciones compartidas, de 
        las que resulta muy difícil librarse. Además, creo que ya 
        ha llegado el momento de presentar batalla a esa concepción de 
        la cultura como algo de lo que conviene olvidarse, frente a las virtudes 
        de la jungla.
 
 Lo dicho es especialmente válido en el caso de Max. Siempre ha 
        transmitido la sensación de estar a gusto con lo que hace. Y eso 
        mismo reflejan sus bocetos. Sigue buscando ese dibujo perfecto, esa geometría 
        religiosa, incluso desde los primeros esbozos. Primero identificamos el 
        esquema, luego el muñeco, animal o cosa. Pero en Max siempre se 
        parte del círculo, o de la forma que se abre paso frente al garabato.
 
 Quizás las afirmaciones de Pere se apliquen mejor en su caso. Él 
        es mucho más conceptual y reflexivo y sus bocetos tienen un carácter 
        marcadamente más orgánico, informe. Así que es posible, 
        cuando nos habla del placer de dejar momentáneamente de lado la 
        razón, que esté expresando sus propios deseos. Pero eso 
        es otra historia.
 
 Florentino Flórez 
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