Sandman. Las benévolas.
Gaiman, Hempel y otros.
Norma editorial. Barcelona, 2005.

 

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No tan benévolas

De los ochenta para acá, algunos guionistas ingleses se han ido turnando para construir los tebeos más influyentes: Watchmen, Sandman y Predicador. Cada uno de ellos realizó su aportación y después se difuminaron en el limbo de las viejas estrellas. De Gaiman sabemos más sobre su participación en adaptaciones como Beowulf o Stardust que de sus tebeos. Aunque si van a ser como Los Eternos, lo último que le han publicado, mejor que siga con las películas. Siempre le recordaremos por Sandman, donde su talento para las referencias culturales entrelazadas, la escritura de diálogos inteligentes y entretenidos y la creación de personajes sorprendentes y adultos, alcanzó cotas muy altas.

Se nos cuenta la historia del rey del mundo onírico, ese mister Sandman que nos puede traer sueños o pesadillas. Son muchos los episodios en que la brillantez del argumento se impone a un conjunto de dibujantes lamentables, entre los que sobresale por su claridad y buen hacer Bryan Talbot. Es una historia compleja donde se mezclan lo divino y lo humano y que, de alguna manera, tocó una fibra del público, entusiasmado por los juegos culturales del inglés. Sandman es básicamente un experimento literario por el que transitan criaturas soñadas, imaginadas, temidas o añoradas y donde los dioses se llaman Desespero, Delirio, Destino o, la más popular, Muerte.

De ella habla una de sus ciclos más conocidos, Las Benévolas, una docena de episodios que culminan con la desaparición del héroe. Todo comienza con una travesura de Loki, que secuestra a uno de los hijos de Sandman. Esto provoca el deseo de venganza de la madre, que acude a unos seres primordiales, las Furias. Con ellas nos demuestra Gaiman su conocido talento para el sincretismo, unificando en una única y movediza triada criaturas como Las Grayas, Las Gorgonas y, sobre todo, Las Furias. La cuestión no es tanto jugar a la mitología comparada como crear personajes de resonancia ancestral que, en este caso, representan geológicos odios femeninos, instrumento de venganza para todo crimen de sangre. Como Sandman dejó morir a su hijo y se siente responsable por ello, permite que estas tres señoras le aniquilen y con él a casi todo su reino. Se cierran diversos arcos argumentales iniciados en episodios anteriores y todos aspiramos el aroma de lo que llega a su fin. Contiene momentos muy intensos, como los emotivos diálogos de despedida entre Sandman y su, no es broma, cuervo parlante.


Además, da vueltas alrededor de lo que considero el tema sin resolver de la serie. Gaiman juguetea con un retorno a las fuentes, criticando las versiones adulteradas de viejos relatos. Muchos cuentos han llegado hasta nosotros despojadas de su autenticidad, modificados por la mojigatería, ajustados a una mirada contemporánea que no desea enfrentarse a las verdades de la vida. Participa de esa corriente que celebra cierta vuelta a la brujería y a los mitos ancestrales, supuestamente más veraces que las paparruchas cristianas que los distorsionaron a posteriori. Pero, lo quiera o no, percibimos no pocos ecos de la Pasión en ese personaje que, sabiendo que puede evitar su propia muerte, la acepta porque así lo marcan las reglas y para lavar sus pecados. Por supuesto, la resurrección es sustituida por una reencarnación, que resulta más cool.

Les animo a leer la serie como el enfrentamiento entre una relectura new age del pasado y la tradicional visión católica del bien y del mal. Comprobarán cómo Gaiman mantiene no pocas ambigüedades al respecto. Como todos aquellos que han interpretado antiguos mitos, es poco claro en relación con la violencia, otro de sus temas recurrentes. Otro día volveré sobre ese asunto.


Florentino Flórez

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