Gin. L'artista elegant
Fundación Gin. Barcelona, 2006.

 

 

 

 

 

 

 

 

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Ejjjjjpaña

Aunque no se puede realmente hablar de un mercado del comic español, como podríamos hacerlo del belga o el italiano, lo cierto es que a las librerías llega un continuo goteo de obras firmadas por esforzados compatriotas que se empeñan en mantener la ilusión. Algo cada vez más habitual son las reediciones, sobre todo del material del Tebeo y de la editorial Bruguera.

De vez en cuando también recibimos sorpresas, como este volumen dedicado a la obra de Gin. Caricaturista y chistógrafo, su nombre está especialmente vinculado a la revista El Jueves, en cuya creación contribuyó notablemente. Repasando este recopilatorio comprobamos que constituye una de las piezas clave en muchas otras publicaciones del final del franquismo y la transición. Su humor desenfadado y picante nos permite relacionarlo con el espíritu que reina en la satírica Mad. Además, sus caricaturas guardan no pocas similitudes con la labor de colaboradores de la célebre revista yanki, como Drucker.

En tiempos de lisuras digitales, resulta agradable repasar el trabajo de alguien que parece disfrutar con la variedad de técnicas, de los lápices a la acuarela, pasando por el collage o el pastel. En cuanto a su estilo como caricaturista, prefiero posiciones más estilizadas como las de Hirschfeld o Loredano, pero Gin es eficaz y expresivo y reconocemos con rapidez a sus personajes. Eso sí, no me atrevería a definirlo como elegante, según leemos en el título. Gin tiene muchas virtudes: es rápido, fácil de trazo, simpático y directo en sus invenciones cómicas.

Tiene muchas de las bondades que asociamos con las manifestaciones más populares. Es esa inmediatez la que me impide relacionarlo con la elegancia, tiene poco que ver, no es lo que él busca. Su dibujo no pierde el tiempo mejorando el mundo, tan sólo se adapta con velocidad, ofreciéndonos una versión tan blanda como tierna de la realidad. Un trabajo respetable y cuya memoria debemos honrar. Muy recomendable.

Pero no sólo de recopilaciones vive el hombre, así que el otro día me arriesgué con Te quise como sólo se quiere a los cabrones, de María José Giménez y José Miguel Fonollosa, editado por Dib-Buks. Pensé que la versión femenina de una ruptura podía resultar interesante. Además, semejante título sólo podía esconder una obra maestra o un desastre absoluto. Y efectivamente, así fue. Del dibujo digamos que no ayuda mucho. Cuesta distinguir a los personajes y en una historieta tan cargada de texto como ésta, una mayor inventiva gráfica habría sido bienvenida. Al menos el trazo es bonito.

Pero el texto apenas tiene un pase. Un confuso relato en el que el pasado y el presente se entremezclan con dificultad y en el que apenas llegamos a entender el drama, que queda reducido a un pesadísimo conjunto de conversaciones que no alcanzan a interesarnos. Antes de que alguien se ponga a lanzar loas a la cotidianidad, recuerdo que no se trata de eso. Taniguchi, Eisner, Giménez y tantos otros ya han demostrado que con nada se construye una historia. Pero hay que tener un mínimo de habilidad narrativa para que sucesos sin aparente importancia nos atrapen y seduzcan.

Algo parecido me ocurre con El banyan rojo, de Carlos Vermut, en la misma editorial. Algunos lo saludan ya como la nueva esperanza blanca, pero de esas tenemos media docena cada año. La clave es cuántos consiguen mantenerse, construyendo una obra realmente valiosa. En este caso se trata de una especie de fantasía oriental, con un color bonito pero demasiado oscuro, algo que no ayuda a seguir el relato. Algo parecido podría decirse del dibujo. Muy expresivo y personal, pero a veces preferiríamos entender mejor lo que pasa, en lugar de tanta virguería ilustrativa. Es mejor que el anterior, pero tampoco despierta oleadas de entusiasmo.

A mi me recuerda aquellos tebeos de la Warren que aquí se publicaron en Dossier Negro, Vampus y Rufus. Había un tipo de historia muy habitual, la de quienes realizaban pactos con el diablo o cualquiera otra fuerza maligna. Invariablemente aquello acababa mal, con el protagonista siempre engañado por el maloso. Lo que allí era un chiste de cinco o seis páginas, aquí se estira hasta las sesenta. El resultado no llega a ser del todo entretenido.

He leído más tebeos españoles, pero no son mejores que los citados, así que prefiero detenerme aquí.

Florentino Flórez

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