Ice Haven
Daniel Clowes
Reservoir books. Barcelona, 2006


 

 

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Vidas cruzadas

Camino de mi casa hay una calle relativamente larga con un semáforo, justo antes del desvío que lleva a mi dirección. Muchas noches, si salgo tarde del trabajo tomo un taxi que debe pasar invariablemente por ahí. He comprobado, tras una exhaustiva investigación de campo, que los taxistas se dividen en dos grupos. Están aquellos que conducen como si fueran ellos mismos los que desean llegar a su hogar; estos alcanzan el semáforo en verde sin mayores problemas. Y el resto, aquellos que, curiosamente, descienden la velocidad al aproximarse el semáforo, como si temieran que su preciado vehículo fuera a perder el control ante una maniobra demasiado brusca. Estos alcanzan con maestría el tono amarillo, consiguiendo detenerse justo cuando aparece el rojo. He meditado largamente sobre este asunto. No podría probar que esa disminución de velocidad se produce realmente y la cantidad de dinero que me ahorro ante una u otra conducta es ridícula. Pero en esto, como en tantas otras cosas importantes de la vida, no cuenta tanto la cantidad sino el detalle, la filosofía del asunto.

No es que Daniel Clowes sea taxista en sus ratos libres. Su obra empieza a ser bastante reconocida, desde que Ghost World fuera adaptado al cine. Ahora se comenta que ya tiene preparado otro guión sobre uno de sus mejores relatos cortos, ArtSchool Confidential, que dicen dirigirá él mismo. La Cúpula ha agrupado recientemente en un bonito volumen las aventuras de uno de sus personajes, Lloyd Llewellyn y con anterioridad ya nos había ofrecido su David Boring, Pussey, Como un guante de seda forjado en hierro, entre otros trabajos. Pero si no recuerdo mal, bitonos aparte, con Ice Haven es la primera oportunidad que tenemos de disfrutar con su color.

Y es que todos los aspectos gráficos son importantes en Clowes, un autor que demuestra desde sus primeras obras su fascinación por los cincuenta, que funde con naturalidad con unos acabados más sombríos y unas tramas con tendencia al desasosiego. Ya habíamos disfrutado con sus tipografías y con la sólida frialdad de su línea y ahora podemos añadir a esos estímulos el color. Servido además en todas sus gamas ya que el álbum supone un tour de force gráfico en tanto sus mezcladas tramas le permiten desplegar diferentes estilos, con usos del color tan variados como los lenguajes empleados. No extraña que en el diálogo entre el policía y el crítico de comics acuse a este último de no percibir la importancia de los códigos visuales en toda narración gráfica. Desde luego, a ese nivel Clowes no decepciona, como es habitual en él. Estilos más naturalistas y cercanos al cartoon conviven con naturalidad, formando un rico tapiz fácil de disfrutar.

En cuanto al contenido, esa diversidad de voces también ayuda a que sigamos la historia con interés. Vemos cómo escenas aparentemente inocuas ofrecen pistas que pueden pasar desapercibidas si no prestamos atención. Personajes secundarios se revelan cruciales para el desarrollo de un relato que avanza con seguridad, entre la seriedad apocalíptica y la farsa. Por el camino nos ofrece algunos momentos memorables, como las ensoñaciones del hermano pequeño, el interludio Picapiedra o los espárragos que come la mujer del policía. Un trabajo cargado de talento y que demuestra otra vez que Clowes es un creador a tener muy en cuenta.

Pero... Sí, ya lo habrán imaginado. Su mirada es obstinadamente fría, distante, sus personajes siempre son marionetas en un gran gignol y no puedo evitar una sensación de alienación. Esa ironía posmoderna que imprime en todas sus historias a muchos les resultará arrebatadora. En alguna parte mete el freno y se para antes de tiempo. Personalmente, no puedo evitar la sensación de desear bajarme, porque alguien se ha pasado de listo.

Florentino Flórez

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