El Jabato
Mora y Darnís
Ediciones B. Barcelona, 2007




 

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El retorno de El Jabato

Este personaje nació en 1958. Hace diez años, la editorial ya había reeditado la primera colección, con un formato apaisado que respetaba la apariencia del original. Ahora, siguiendo la pauta marcada por El Sheriff King, vuelven a lanzarlo, empleando la fórmula de los setenta, que muchos conocimos como Jabato Color. No se puede decir que se hayan esmerado mucho con las reproducciones, algo que ya pasaba en la colección de King; es la única pega que puedo poner a una recuperación que considero imprescindible.

Poco a poco, vamos dándonos cuenta de la importancia del legado de Mora y sus compañeros de fatigas, algunos de ellos dibujantes tan extraordinarios como Ambrós, Pardo o Fuentes Man en El Capitán Trueno, o este Francisco Darnís, que le acompaña en El Jabato.
Esa es la primera diferencia que apreciamos entre ambas colecciones. Aunque muchos dibujantes pasaron por Trueno, su imagen está sólidamente unida al talento de Ambrós. Éste, aunque diferente y con una calidad fuera de toda duda, marca sin embargo una pauta algo más estilizada de la que sigue Darnís.

Su maduro dibujo transita con seguridad los terrenos del realismo más clásico y, al tiempo, dinámico. Sus figuras siempre están llenas de vida, sorprenden algunos de sus atrevidos encuadres y convencen siempre la expresividad y naturalidad de sus personajes. Darnís aporta una dosis extra de realismo, lo que sin duda empujó a Mora a escribir historias algo más serias y naturalistas de lo que recordamos en Trueno o en El Corsario de hierro.

No es que no encontremos los rasgos que siempre caracterizan los guiones de Mora, sino que se presentan con mayor madurez y con una perfección poco habitual en series de largo recorrido como ésta. Sobre todo, en estos primeros episodios que ya se han publicado no deja de sorprender lo bien perfilados que están los argumentos, cómo la celeridad de la acción no impide el desarrollo de personajes y la construcción del drama. Los autores de alguna manera consiguen un imposible equilibrio entre las frenéticas aventuras juveniles y ciertas alturas trágicas que uno no espera encontrar en este tipo de productos.

Hay varias características dignas de mención. Primero, la presencia constante de personajes femeninos fuertes. De la hija del rey bárbaro a Claudia, la eterna novia del héroe, pasando por la reina de las mujeres abejas o la desdichada Tais, el relato está puntuado por la aparición de mujeres con carácter, bien construidas y creíbles, a pesar de todas las limitaciones propias de la época.

Aventuras extraordinarias. Dioses que escupen lava con la que se sacrifica a inocentes, un paseo por el cementerio de los elefantes, expediciones submarinas con monstruo incluido, seres deformes que habitan las catacumbas de Roma, momias que se pasean matando gente... La imaginación de Mora apenas tiene límites y está bien alimentada a base de personajes de terror de serie B. Aquí apenas contiene su afición a los argumentos terroríficos, con los que anima e introduce variedad en las historias.

Trucos argumentales constantes. Mora emplea muchos recursos para excitar el interés del lector. No permite que tengamos más información que el héroe, con lo que mantiene la intriga, introduce pistas falsas o adelantos de la acción para que estemos pendientes de lo que pasará a continuación, añade secundarios con facilidad y siempre muy verosímiles, etc.

Esto es algo serio. En El Jabato, parece haber un esfuerzo por conectar las aventuras con la realidad, lo que provoca que la muerte aparezca con cierta asiduidad. Muere Tais, la joven enamorada del héroe, en una emotiva escena, muere el padre de Claudia, etc. Aunque la relación de Mora con los hechos históricos es tan ligera como acostumbra, aquí se aprecia un esfuerzo para que las pasiones y desventuras de sus protagonistas resulten más convincentes.

Finalmente, llama la atención la moral cristiana que exhibe el héroe. Sabemos que es una imposición del momento, pero resulta refrescante verle reaccionar con auténtico asco ante pecados tan habituales como la envidia, la codicia, o la mentira, por no mencionar su rechazo a una violencia en la que, a pesar de todo, se ve envuelto constantemente. Otro día volveré sobre esto.

Por ahora, tan sólo deseo recomendarles este tebeo, que se mantiene tan fresco como cuando fue creado, hace ya casi medio siglo.

Florentino Flórez

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